Manuel Navas. Politòleg
Las vacaciones duran lo que tarda en llegar la vuelta al trabajo. Atrás van quedando los pantalones cortos para enseñar canillas, las gafas de sol, el pareo anticelulítico, el chaleco multibolsillos, las sardinadas, los agobios, las medusas y los mosquitos, los cuerpos con olor a “autan” o “ambre soleil” según destino, la cámara digital, el matar el tiempo (quien sabe si tratando de llenar el hastío), o el dar vueltas de un lado a otro, para invadirlo de imágenes (como si el tiempo fuese un objeto vacío).
Dando fe quedan las diapositivas, las fotos y los videos listos para mostrárselos a los sufridos que los aguanten: aquí en la Piazza San Marco; aquí paseando por El Malecón; aquí con los niños en Disneylandia; aquí la suegra y la señora en Cambrils; aquí con unos caballos en el Pedraforca; el de la camisa a cuadros y gorro de paja, soy yo, etc. Y es que, la industria del ocio se las ingenia para proporcionar ofertas para todos los gustos y todos los bolsillos.
Cada año ponemos en marcha similares rutinas para unas vacaciones que, teóricamente, sirven para huir de lo cotidiano, para desconectar y gozar de lo que durante el tiempo de trabajo no se ha podido hacer. Pero conseguirlo no es fácil, sea porque nos cuesta o sea porque no sabemos salir de la dinámica que aplicamos habitualmente tanto al trabajo como a la diversión.
Así que, independientemente de nuestros deseos, no siempre logramos el descanso soñado que restituya unas fuerzas físicas y psíquicas extenuadas, debido, en gran parte, a unas relaciones y condiciones de trabajo que, cuanto más neoliberales son, menos satisfactorias resultan (de ahí que no debe sorprender la desidia, el absentismo, el estrés, la fatiga crónica o la depresión, ni sea de recibo intentar explicar ese estado de ánimo con la estupidez del “trauma post-vacacional”).
Otros no descansaron: el exterminio palestino y las bombas sionistas, así como la patética actitud de elites políticas de la comunidad internacional (¿cuándo llegará el Nuremberg para el Gobierno israelí y sus aliados?); las muertes en el mar de los emigrantes que vienen en busca de trabajo, y la de los trabajadores que lo tienen, en accidente laborables (a todas luces evitables); la ley de “punto y final” que pretende un entierro vergonzoso de nuestra memoria histórica; los incendios provocados, que desenmascaran la ineficacia o inexistencia de políticas preventivas; el PSOE sacando de la cárcel a Vera (un condenado de la “guerra sucia” por secuestros, torturas y asesinatos ¿se habrá arrepentido y pedido perdón?); el Banco Europeo subiéndonos el precios del dinero, para que Bancos y Cajas sigan aumentando beneficios (39,4% en el primer semestre) en detrimento de las económicas domésticas (¿de eso trata el velar por el interés general?); los barones socialistas que controlan del aparato del partido proponiendo a un candidato como Montilla, de inequívoca vocación centralista, para la Generalitat; los astrónomos, que deciden ahora eliminar a Plutón como planeta; la sociedad vasca reclamando su papel en el proceso de paz y que el Gobierno español salga de su inmovilismo; los luctuosos accidentes en los transportes públicos, ¡pero ojo!, no por falta de inversiones en infraestructura (lo que podría provocar dimisiones), sino por culpa del conductor.
Y tampoco faltaron los miedos inducidos: a los emigrantes que nos vienen a quitar “no se sabe qué” (unos dicen que nuestras “esencias”, otros que nuestras carteras); a la gripe aviar que nos ataca, (“el virus puede mutar” dicen), ni Dios sabe lo que eso significa, pero asusta; al carné por puntos, mientras siguen vendiendo coches que corren a más de doscientos; a las grasas saturadas (“la obesidad infantil es el gran mal de nuestra sociedad”, una campaña que, ironías del destino, promueve McDonalds); al “botellón”, por sus presuntas implicaciones, pero el cubata a cinco euros; al tabaco, que ahora prohibido hasta en la playa, pero siguen las subvenciones y patrocinios (por cierto, si el coche, como el tabaco, también puede matar, ¿por qué no alertar del peligro?); por la política de tensión mantenida por tramas más que dudosas como la del aeropuerto de Heathrow en Londres.
Con las pilas cargadas o no, volvemos a la otra rutina: a la del trabajo; a la precariedad; a los gastos escolares; a las horas extras gratis; a la de ir tirando sin saber muy bien hacia dónde; a las hipotecas más caras; al individualismo que nos aboca al aislamiento sin perspectiva; al sexo con soda; a los préstamos rápidos para endeudarnos hasta las cejas; a la competitividad insana que nos hace insolidarios; a los equilibrios para llegar a fin de mes; al fútbol; al paro; a las deficiencias de un Sabadell gobernado por la mediocridad de lo superfluo y que utiliza el clientelismo político para tapar sus carencias; a los anuncios de fascículos vendiéndonos ilusiones que acaban en frustraciones, etc.
Con dos elecciones en puertas (autonómicas y municipales) el curso político en el que se circunscribe el cincuenta aniversario de la muerte de Bertolt Brecht, sirve de aliciente para seguir apostando por la capacidad crítica del ser humano (“el hombre,…..puede pensar”) como alternativa al vivir en Babia para que otros vivan en Jauja.